sábado, 22 de noviembre de 2014

Ha llegado ese punto a mi vida en el que ya nada es vida,
en el que este vacío es infinito,
en el que todas las lágrimas 
son un mar que nadie ve,
y en el que todas las heridas interiores
han dejado boquiabierto al corazón
que no consigue cerrarse.
Y todo mi cuerpo se está inundando,
para tomar el control
y decidir que ya de una vez
esto se empuje hasta un precipicio
con fondo ahí arriba,
o al inframundo.

Ya no confío en que ninguna mano
aparezca de refilón
con voz inocente queriendo ayudar,
tampoco lo quiero.
No quiero mil palabras positivas,
sabiendo que es mi mente 
la única que piensa,
que me juzga,
y me hace más daño
que cualquier payaso.

No aguanto a mis demonios interiores,
siendo consciente de que nunca hubo
ángeles,
a si es que asumiendo
que esto es una causa perdida,
firmo mi sentencia,
de que esto siempre fue voluntario,
y nunca, nunca me quedó otra,
que irme.

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